3.12.09

ciudad gris

Estimado compañero que siempre está en movimiento y siempre sigue y sigue queriendo. Estoy nuevamente en una ciudad desconocida, antigua, con un cielo grisísimo, grandes capas de neblina, gente caminando por las calles tapadas hasta la nariz del frío que hace. Todavía no es invierno pero aquí todo parece estar medio congelado.
Todos marchan a paso lento y con rostros maquillados por el tiempo y miradas fijas en algún punto del asfalto de la calle.

Siento que mi cordura se va perdiendo poco a poco con el tiempo y no hay nada que hacer para no dejarla ir. Y es difícil permanecer quieto cuando por dentro llama esa voz que quiere expresar algo a pesar de no ser el momento oportuno. Casi nunca es el mejor momento para hacer o decir y por eso siempre hay sorpresas desagradables. Hacer o no hacer, que cierto era eso de elegir hacer y en el preciso momento de ejecutar... matar algo. Hay que elegir y con eso estamos solos.

Mientras caminaba por la calle un muchacho jovenpreguntaba a la gente algo que no esuchaba. Pronto se topó conmigo y me pregunto: ¿Porque es tan difícil elegir hacer?
- ¿Elegir hacer? Pregunté.
Me quedé pensativo durante un momento, sorprendido por la pregunta. La gente pasaba y el tiempo parecía pasar muy rápido, las nubes del cielo se movian a gran velocidad y ese joven miraba mis ojos pensativos. Finalmente dije: soledad?


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El papel se elevó de entre los pies de la gente que caminaba apresuradamente sin percatarse de él. Siguió subiendo hasta caer en las manos de un señor con bigotes y sobrero, inmediatamente después metio su mano en el bolsillo sin mirar lo que el papel decía. Al llegar a la esquina se detiene y saca la mano del bolsillo, mira lo que había escrito y sonríe. Con gesto afable levanta la mano en el preciso momento que un niño pasa caminando alegremente extendiendo el brazo y coje el papel, mira al señor y le dedica una sonrisa. El señor permanece quieto con cara de cansancio mientras el niño se aleja perdiéndose entre la multitud ajetreada mirando el papel que acaba de recibir.
Sucede lo mismo con una mujer y un anciano que se quedan quietos en el momento preciso en que el niño extiende la mano. Siempre sonríen al leer lo que en el papel hay escrito y luego parecen cansados. El niño siempre camina alegremente recibiendo de la gente pepelitos con escritos. Ya decía yo que algún día tenía que ser al revés y los adultos pedir a los niños un "por favor". Y dar aunque sea como regalo un mísero apelito escrito.


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